Allá por los años 60, Adelina Jiménez tomó la decisión de hacer historia y convertirse en la primera maestra gitana del Estado español. Un orgullo que vino acompañado de muchos sacrificios, antigitanismo y del sentimiento de no pertenecer ni al mundo payo ni al gitano.

Por ROCÍO DURÁN / ERIKA SANZ. Publicado en AraInfo.

Llegar a Monzón aquel domingo parecía imposible, una carrera popular que cortaba las arterias de Zaragoza nos hacía perder un tiempo valiosísimo con Adelina. Ya en la carretera, llamada mediante para avisar de que no llegaríamos puntuales, nos avisó: “No corráis que antes vais vosotras que la entrevista, yo os espero”.

Y es que Adelina y su bastón han aprendido a vivir a otro ritmo después de que sus caderas empezaran a fallarle. Lo cierto es que su caminar la delata, lento pero confiado, como si quisiera romper el suelo a cada paso. Así es ella y así lo ha sido siempre, ella fue la primera gitana que rompió el techo de la escuela o lo que es lo mismo la primera que se sentó en la mesa de la maestra y este domingo se sentó en la mesa del bar Canela para contarnos cuáles fueron los costes y cuáles son las deudas que quedan por cumplir.

Su primer día de maestra fuera del cuidado y el amor que le brindaron sus maestras de la Escuela Normal de Uesca lo recuerda entre risas: “Olsón era un tipo de pueblo que yo no había visto nunca, era una aldea. Me dijeron que me iba a esperar para llevarme al pueblo un padre con un burro. Yo era una señorita, era muy presumida y me hicieron subir al burro y cuando vi que se empezaba a mover le dije: ‘Bájame que yo me voy andando’. Le dio una risa como preguntándose, ¿pero tú eres gitana?”.

Y es que por muy gitana que ella fuera, Adelina había llegado al mundo para romper el molde que habían preparado para ella durante siglos. Esta divertida anécdota viene acompañada de otras como la del día que aprendió qué era una cadiera, que un hilo de agua ya se considera río y que la nieve es un problema o una oportunidad para hacer piña con el resto de maestras de la zona.

“Fue apoteósico llegar allí pero luego la escuela estaba en una plaza muy grande y la gente era muy buena, muy cariñosa conmigo. Como no querían ir allí los maestros pues me acogieron muy bien. Era precioso el pueblo, los campos que había con plantas silvestres”.

Después como ella misma dice, “sería distinto”. Y es que ser la primera maestra gitana es un orgullo que viene acompañado de muchos sacrificios, de mucho antigitanismo y del sentimiento de no ser parte de nada, “yo me siento desplazada del mundo gitano, me miran como un bicho raro. Yo tengo la doble vertiente, los payos me ven gitana y los gitanos me ven paya”.

Sus musas: su abuela y su maestra

Ella, ahora que disfruta de su jubilación, sirve de referente para las nuevas generaciones pero, ¿en quién se inspiró ella para dar el paso? Su abuela, la primera, que fue quién la crio y quién la animó para que fuera a la escuela y le leyera en voz alta los libros que devoraba y la segunda, su maestra.

“A los 14 años cuando iba a terminar el certificado de estudios, yo miraba mucho a mi maestra. Me llamaba la atención y pensaba qué bien trabaja, qué guapa, pues yo seré maestra. Me gustaba porque a veces cuando ella salía a hacer algún encargo, me dejaban a mí para que me preocupara de todas las demás niñas y yo claro, me ponía contentísima. De ahí vino mi vocación”. Un ejemplo viviente de la importancia de tratar al alumnado desde la igualdad, la confianza y el cariño.

Sí, hoy hablamos de Adelina pero también de dos mujeres invisibles que le abrieron las puertas, una desde el seno de su familia y la otra desde la escuela. Después, llegaría su benefactor, un vecino adinerado de Ayerbe que le pagaría los estudios a ella y otros dos jóvenes. Una alianza perfecta entre la sabiduría femenina y los recursos económicos que en pleno franquismo se concentraban casi exclusivamente en las manos masculinas.

El coste de romper las reglas

Adelina cuenta con una sonrisa aquella época en la que decidió hacer historia casi sin ella saberlo y sin tomar conciencia de lo que supondría algo tan sencillo como mudarse a una residencia femenina de Uesca para estudiar. El coste de romper las reglas del juego llegaría después: “He sido como una víctima, las mujeres que hemos sido pioneras hemos sido víctimas”.

Y es que como explica, “yo he conocido a chicas gitanas con estudios cuando iba a Madrid que no eran felices, que sufrían porque no se habían podido casar con un gitano” y añade, “yo no estoy casada y no me he casado porque no he podido porque si he tenido algún pretendiente gitano lo primero que han querido es que dejara el trabajo”.

Ella fue la primera maestra gitana pero como ella, muchas mujeres gitanas han roto moldes, estereotipos, mandatos contra los que lucharon para mantener su independencia sin renunciar a su gitaneidad.

“Ahora resulta que han prosperado tanto en Huesca que ahora soy yo la que las admiro a ellas, del giro tan fuerte que han dado. Ahora van a los colegios, conducen sus propios coches, pero sobrinas mías que son muy jovencitas y, sin embargo, a ellas nadie las ha motivado, las ha motivado la propia sociedad”.

Escuchar a Adelina es escuchar cómo el patriarcado opera para marginar a las mujeres valientes que no se conforman con lo que les viene heredado. Y es que, con esta doble vida que decidió elegir como maestra gitana ha conseguido recopilar una buena ristra de anécdotas que no son otra cosa que ataques racistas y machistas, algunos de ellos incluyendo episodios de violencia física.

El antigitanismo a flor de piel

La llamada aporofobia existe pero como explica Adelina, la población gitana no ha dejado de sufrir el racismo incluso cuando elige trabajos o carreras profesionales “no representativos del pueblo gitano”.

Ella nos cuenta algunas de estas agresiones sin pestañear como cuando cuestionaron que no supiera llevar un comedor porque “los gitanos son vagos”, tampoco ha evitado que alumnos la sexualizaran asegurando que ella “bajaba al restaurante del hotel donde vivía en camisón”. Este tipo de comentarios los ha tenido que escuchar incluso de compañeras y compañeros que aseguraban que ella era “muy exuberante” o que las mujeres gitanas son “muy calientes”.

A pesar de su posición social y su estatus como maestra, su cuerpo como ella dice “muy negro y agitanado” era leído desde el prejuicio, solo a partir de ahí podía ella luchar. Y tanto que luchó, por ella, por su alumnado gitano, por las mujeres gitanas y, en definitiva, por toda su comunidad.

Su relato es el de quien tiene que demostrar una y otra vez lo que vale, de cómo se normaliza el racismo y de cómo adaptarse a un mundo donde no se encaja.

En una de sus muchas anécdotas cuenta cómo tuvo que luchar por el alumnado gitano durante un claustro cuando intentaron introducir más alumnado gitano en su escuela: “Una maestra dijo que aquí no podían venir más niños gitanos. Nadie contestaba y al final le pregunté por qué repudiaba a los niños gitanos. Si fueran hijos de los ricos ya los cogeríais pero como son gitanos no los aceptáis. Pues yo también estoy aquí y soy gitana”.

Aunque ella no trabajó en las llamadas escuelas puente, que no eran otra cosa que un eufemismo para segregar a la población gitana, sí compartía opiniones con el profesorado de aquellos centros educativos, “había racismo y no los aceptaban en las escuelas públicas porque se creía que esos niños iban a interferir en la mala educación de los otros niños, como iban tan retrasados y los padres tampoco les podían ayudar en los deberes…”.

“Los niños bastante sufrirían cuando iban a la escuela, yo he tenido niños gitanos, no muchos pero he tenido y los veía como ausentes pero veía que estaban alegres porque había una gitana en su entorno que era yo, su profesora”.

Para Adelina fueron tiempos duros pero reconfortantes, ella amaba su independencia y su  pasión por cuidar a su comunidad, aún hoy lo hace, por eso, por ejemplo, decidió vivir en una residencia, a su aire. En la hora y media que charlamos con ella también pudimos hablar del antigitanismo que sufre su pueblo a día de hoy y, por supuesto, de educación.

El fracaso escolar, ¿de quién?

Sobre el supuesto fracaso escolar de la población gitana, Adelina apunta claro a las causas, ella misma las vivió cuando estudiaba y cuando pasó a ser maestra. Ella recuerda estudiar la llamada historia universal y que nunca apareciera el pueblo gitano en ella, ni sus aportaciones ni la represión que desde hace siglos sufre.

Además de las 250 leyes antigitanas que los diferentes reinos y administraciones han aprobado a lo largo de la historia y que deberían aparecer en los libros escolares, Adelina recuerda a su abuela y cómo vivió la Guerra Civil española, otro relato de aquel conflicto que tanto cuesta llevar a las aulas: “Ella pasó la guerra civil y me contaba muchas anécdotas. Por ejemplo, que cuando iban de pueblo en pueblo con caballerías y aparcaban en un pueblo y se ponían las mujeres a hacer la comida y que de pronto llegaba la Guardia Civil les hacían marchar, le daban una patada y les tiraban la comida. Mi abuela había vivido eso, y mis tías igual. Había mucho racismo”.

“Yo veía que los niños gitanos estaban ausentes, como dormidos”. Siendo maestra se acuerda de la mirada de felicidad de un niño gitano cuando propuso la lectura de un libro en el que el protagonista era un niño gitano: “Este niño gitano se me quedó mirando como diciendo señorita que hablan de un niño gitano. Yo lo noté enseguida, se ha sorprendido”.

Incluir en el currículo escolar la historia y la cultura gitana es una deuda que las administraciones todavía tienen con el pueblo gitano: “Ahora se va a poner en práctica que los alumnos de la ESO ya van a tener en la escuela libros de texto sobre todo en historia de España y geografía que van a incluir la cultura gitana. Ya era hora. Era una deuda que tenemos con la administración pública”.

“Creo que esto hasta a los maestros les costará porque dirán para qué vamos a estudiar aquí la historia de los gitanos”, admite con cierta rabia. Sin embargo, este paso es fundamental para que el alumnado gitano por fin se vea reconocido e incluido en la escuela sin pasar por la asimilación, y con ella, la anulación.

A más a más, Adelina apunta otras medidas necesarias como, por ejemplo, la inclusión de más profesorado gitano tanto para enseñar al alumnado como para el resto de docentes del centro educativo: “Yo lo que pediría es que incluyeran a jóvenes gitanos que hayan estudiado para que formen a los profesores, no a los alumnos”. Más referentes sí, pero tanto para el pueblo gitano como para el pueblo payo.

Una medalla a la valentía

En 2007, el Consejo de Ministros y Ministras le concedió la Medalla al Mérito del Trabajo a Adelina Jiménez: “la maestra gitana”. Cuando habla de esta distinción lo hace desde el orgullo, claro, pero también desde el poderío de una mujer que sabe que, al margen de su buen o mal hacer, la decisión que tomó allá por los años 60 bien merecía una medalla, un monumento o una plaza con su nombre.

“Me lo merecía. Sólo una maestra me felicitó del colegio. A mí no me han dado la medalla por ser mejor o peor maestra sino por haber sido la primera maestra gitana y haberos dado un ejemplo y por las impertinencias que yo he llegado a tener con ellas. Casi nadie me felicitó”. Una sentencia que demuestra una vez más, lo mal pagado que está ser un referente.

Fuente: AraInfo

Autoras: ROCÍO DURÁN / ERIKA SANZ

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