Después de licenciarse en Derecho y de ser la primera edil de su etnia en la capital, cree que se ha convertido en «referente de dos mundos»
Adentrarse en la vida política nunca estuvo entre las metas de Carmen Jiménez Borja (Medina de Rioseco, 1989), la inconformista gitana comprometida con la igualdad de derechos sociales que se convirtió en la primera mujer de su etnia en licenciarse en Derecho por la Universidad de Valladolid y que después entró a formar parte de la historia municipal al prometer su cargo como primera edil de la comunidad calé.
Jamás se había despertado en ella interés político, reconoce, hasta que la concejala de Servicios Sociales, Rafaela Romero, le dijo que Óscar Puente quería contar con ella en el equipo que estaba formando para las siguientes elecciones, las de 2019. En aquel momento trabajaba como técnico de igualdad en el servicio de atención a víctimas de discriminación racial y la propuesta le pilló por «sorpresa». Ante el «miedo por lo desconocido» recurrió a su comunidad, como un oráculo donde aclarar sus inseguridades.
No hay duda del apoyo que obtuvo, pues Carmen lleva casi dos años ocupando un asiento en el salón de plenos del Ayuntamiento de la capital bajo las siglas socialistas. «Me dijeron que ya era hora de que alguien de mi comunidad formara parte de los partidos y que sería un orgullo; entonces vi que debía dar un salto en mi trayectoria y no quedarme sólo en el trabajo con mi comunidad, sino abrirme a la lucha que había soñado desde pequeña», recuerda ahora, como responsable del área Convivencia y Mediación Comunitaria.
Al igual que su compañera en el Congreso de los Diputados Beatriz Carrillo, Carmen considera que la política es un altavoz para acabar con los estereotipos y prejuicios hacia su pueblo. Por eso tuvo claro que ese paso al frente que daba «con ilusión» estaba destinado a derribar muros.
«Me convertí en referente de dos mundos, para que desde fuera no vieran a la típica gitana que sólo se dedica a las labores domésticas y para que las gitanas vieran que los sueños se pueden cumplir y nadie tiene por qué limitarlos», explica tras resumir su vida y poner en evidencia que, en verdad, se ha pasado toda su existencia rompiendo barreras.
Desde que se encerrara en su habitación a hacer los deberes del colegio porque no quería pasar vergüenza si no los llevaba al día siguiente. Desde que pisara el instituto pese a las reticencias de algunos familiares. Desde que consiguiera superar las dudas de adolescencia, cuando se sentía «diferente» entre sus amigas gitanas y «diferente» entre sus amigas payas –«como si no acabara de encajar», recuerda–. Desde que en la carrera les aclarara a sus compañeros que sí, que era «gitana, gitana, de padre y madre».
«Lo que más me dolía es que pensaran que era diferente porque no lo soy. Si me ven diferente es porque la imagen que tiene la gente sobre la sociedad gitana está desvirtuada», reflexiona acerca de los estereotipos que ha tenido que sacudirse en su vida.
A todos los hitos que había escalado se sumó recientemente el de ser la primera gitana en acceder a un escaño en Valladolid pese a que hace más de cuatro décadas que Juan de Dios Ramírez Heredia traspasara las puertas del Congreso. Por qué las réplicas han tardado tanto en llegar a Castilla y León responde, a su juicio, a una «falta de conocimiento» sobre la cultura de la minoría étnica mayoritaria en España.
«Llevamos aquí más de cinco siglos pero ha sido ahora cuando ha habido una revolución. Sobre todo desde que en 2011 la Comisión Europea aprobara una estrategia sobre la inclusión de la población gitana. Así que las acciones se han puesto en marcha muy tarde».
Queda, sin embargo, mucho trabajo por delante. Ejecutar lo que se recoge en los papeles. Y la labor no es sencilla porque los prejuicios siguen ahí y es difícil erradicarlos. Una muestra es que en buena parte de la ciudad a la que representa a nivel político, la rehabilitación del 29 de Octubre o Las Viudas-Aramburu, las actuaciones se resumen en una frase lapidaria: «Encima de ser gitanos les arreglan la vivienda».
En primer lugar, aclara se trata de dos barrios sumidos en una situación de «pobreza extrema» en comparación con otros entornos donde también viven gitanos pero de nuevo se mete a todos en el mismo saco, sin tener en cuenta que trata de población heterogénea. En segundo lugar, porque no se trata solamente de la reforma de los edificios, sino que el plan se acompañará de programas de mediación comunitaria, igualdad de derechos y obligaciones, educación o cultura.
Y con lo que cuesta avanzar un paso, Carmen critica que de repente se retroceden tres cuando las autoridades públicas lanzan mensajes como el de la consejera de Familia, cuando vinculó la Renta Garantizada de la Ciudadanía a la lucha contra el absentismo escolar. «Sus declaraciones han generado pánico y han hecho mucho daño porque ha reforzado la estigmatización. Tampoco ayuda decir que las mujeres abandonan los estudios por ser madres; eso es machismo y racismo, pues los niños no abandonan por ser padres».
El discurso de Carmen en defensa de la igualdad de derechos, oportunidades y obligaciones es rotundo. Gracias a su presencia en el Ayuntamiento ha conseguido que por primera vez cuatro asociaciones gitanas participen en un pleno municipal y «se sientan partícipes» de la sociedad. También ha logrado que todas las formaciones, excepto Vox, votaran a favor de una moción en reconocimiento por el Día Internacional del Pueblo Gitano.
Eso sí, considera que le queda mucho recorrido por delante. Y aunque no sabe si continuará como concejala en la siguiente legislatura, reconoce que le gustaría continuar para poder dejar su huella en la atención a los colectivos vulnerables.
A pesar de que pueda parecer que su voz suena de forma tímida en el equipo de gobierno o que no se prodiga en apariciones públicas, aclara que al aceptar el reto de la política pidió un margen de acomodo mientras aprendía los entresijos de su nueva responsabilidad. Ahora, en el ecuador de la legislatura se siente «segura y confiada». Su mensaje es claro: «Tengo muchísimo que aportar y no sólo por ser gitana».
«Sabía desde pequeña que quería estudiar para cambiar el mundo»
Un sentimiento de «frustración» invadía a Carmen cuando, de pequeña, observaba la diferencia de trato que sus padres tenían hacia sus tres hijas respecto a los dos niños varones, por ejemplo con las «labores de casa». No había una igualdad en el reparto de tareas y ella «criticaba» esa situación de injusticia mientras sus hermanas «lo normalizaban».
Esa misma sensación de indignación la estremecía cuando se percataba del trato de exclusión que sufría su comunidad «a la hora de acceder a una vivienda o un empleo». Le dolía escuchar en la calle que los gitanos son unos vagos que no quieren trabajar o estudiar, desde la lejanía de un estereotipo.
Dispuesta a «luchar contra la discriminación» en cualquiera de sus variantes, por motivos étnicos o de género, la riosecana se fijó como objetivo cursar la carrera de Derecho. «Sabía desde pequeña que quería estudiar para cambiar el mundo». Y no se ha distanciado de su meta a pesar de las dificultades que ha tenido que sortear.
Las primeras, en el seno de su propia familia. Porque para una gitana no es fácil matricularse en estudios superiores. Sin embargo, Carmen contaba con el respaldo directo de su padre y de su abuelo –así como con el acompañamiento de su madre– y, cuando sus tíos cuestionaron que continuara en el instituto más allá de la etapa obligatoria, se abrió el debate entre los dos bandos. «Mi abuelo dijo que teníamos mucho que cambiar en la sociedad gitana y también que teníamos mucho que aportar; que si valía para estudiar, tirara para adelante, y uno de nuestros valores es el respeto a lo que diga el más mayor», aclara sobre cómo se resolvió la controversia.
Eso sí, tiene claro que si su abuelo se hubiera inclinado hacia la negativa, su padre habría salido en su defensa y ella misma no se hubiera «quedado callada». «Soy una chica muy cabezota y lo que me propongo lo tengo que conseguir», sentencia.
Autora: Laura G. Estrada
Fuente: Diario de Valladolid