El congreso de Zafra homenajea a esta mujer, ya jubilada, exponente de una cocina popular de calidad

Josefina Silva Jiménez tiene 66 años, el pelo recogido en una coleta canosa, ojos de azabache y unas manos grandes y trabajadas, manos de cocinera industriosa. Esta guisandera extremeña jubilada encarnó en Terrae el homenaje a toda una generación de mujeres incansables, cimientos y puntales de toda una nación. «Yo fui una niña muy feliz que iba a la escuela, jugaba a la pelota, a la comba y al pinche…», ríe recordando sus primeros años de chica en Zafra.

Josefina Silva Jiménez es gitana, hija de Teresa y de Mateo, limpiabotas y vendedor ambulante de Lotería y un hombre serio, muy serio, devoto del Cristo del Señor del Rosario y de la Virgen de los Remedios de Fregenal. Aquel hombre decidió parar de dar vueltas y arrendar un bar para dar de comer a sus paisanos, a buena parte de aquella clientela fiel y rumbosa que abría la cartera los días de feria y le compraba billetes completos. «En 1996 abrió Los Robles. Trabajamos y nos fue bien. Somos gitanos y los gitanos tenemos buen paladar y duende para cocinar. Aquí, en Zafra, El Ancla, El Timón, La Cabaña… son todos restaurantes gitanos. Claro que en el restaurante no podíamos hacer nuestros platos. Nos teníamos que adaptar a los gustos de los clientes… Hombre, siempre había alguno con el que había más confianza y probaba nuestra comida».

–Pues vaya. Menuda pérdida. ¿Qué platos calés hacían en casa?

–Uno muy típico es la ensalada de tomate de verano. Lleva pimentón, aceite de oliva, ajito, pepino de temporada, pimientos, cebolla…

–Suena muy rico.

–Lo tomamos después de una fiesta, para entrar en calor y resucitar. Como hacen ustedes con el consomé…

–Siga.

–También hacemos guisos de frijones, garbanzos, papas con carne… En casa se hacían mucho los repápalos, que pueden ser dulces o salados. Mi padre era muy religioso y la vigilia se respetaba siempre. En aquellos años no se podía ni poner la radio. Y estaba prohibido el cante…

–No me diga que también tiene buena voz.

–Nooo. Me ha gustado la fiesta. Pero no sé ni tararear. No he tenido ni ese don ni ese arte. Me gustan los buenos cantantes. No hay que entender. Solo hay que sentir.

–Casi como en la cocina…

–Eso mismo. Un plato puede transmitir muchas cosas. Yo sé antes de terminarlo si me va a salir bien, si el guiso lleva buen cauce.

22 años de luto riguroso

–Me dicen que había colas para comer en su casa por San Miguel, cuando la feria ganadera de Zafra.

–Se trabajaba mucho, sí. ¿Un plato? El revuelto de criadillas. Y la sopa de perdiz se vendía mucho. Hoy las sopas no se venden. La gente ya no toma entrantes. Ahora es siempre algo para compartir y un plato.

–¿Cómo ha vivido el homenaje de Terrae?

–Más que nada como un reconocimiento a mi familia, a mis padres y a mi marido, Nicolás, que me dejó hace 22 años.

A Josefina Silva Jiménez se le ensombrece la voz. Calla. Josefina guarda luto desde entonces. Y en ese culto a los muertos tan gitano no hay lugar para alegrías. Solo el martes 3, la noche de su homenaje, Josefina se llevó a los labios una copa de cava extremeño para brindar por los recuerdos comunes con Roser Torras (GSR). Y por Juan, su hijo, otro gitano tan pinturero como su difunto Nicolás.

Medio: El Correo

Pin It on Pinterest

Share This