Decía Josefina Silva hace justo una semana que no era muy consciente del lío en el que se había metido. Más bien en el que la había embarcado la organización de Terrae, que en su primera edición eligió Zafra y por eso los especialistas culinarios de la organización habían preguntado quién del pueblo podría cocinar para comensales un tanto especiales, exigentes hasta el punto de que muchos lucen una o dos estrellas Michelin en sus restaurantes. 

Confesaba hace unos días esta cocinera de Zafra que dijo que sí casi sin pensarlo y luego reconoció que le estaba entrando vértigo solo de pensar lo poco que quedaba para el lunes. Ese día fue anoche, cuando en el pueblo que la vio nacer esta madre y abuela de etnia gitana dedicada a la cocina no por vocación sino por supervivencia, según sus propias palabras, se remangó y se puso otra vez delante de los fogones, aunque no fueran los suyos sino los de la cocina del hotel Huerta Honda. No se le notó nada que se hubiera jubilado hace más de un año. 

Como entrantes desfilaron torrijas de torta de barros con milhoja de tomate, canastillas de patatas revolconas con micro torreznos y chupitos de salmorejo de naranja con bacalao, esto último lo más aplaudido del preámbulo. 

Su cocina es tradicional, como marcan las bases de este I Encuentro de Gastronomía Rural. Cumpliendo esta premisa, después llegaron a las mesas sus croquetas de calamares y vieiras, ensalada de judías verdes con láminas de foie y trufa y una perdiz estofada antes de rematar con un tocinillo de cielo. El menú fue seleccionado por ella misma atendiendo, según explicó, a los platos que más éxito tenían en su antiguo restaurante. 

Al filo de la medianoche el aplauso fue unánime, hubo ramo de flores, lágrimas, a Josefina por fin le bajaron las pulsaciones y solo ella sabe si la de ayer fue o no su penúltima cena. 

Medio: Hoy 

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