«¿Estoy yo a tiempo de escribir mi propia literatura en igualdad a las demás?», se pregunta la escritora en un libro con el que rodea al lector con su mirada y le ayuda a identificar el antigitanismo de nuestra propia cultura.
Por Alba Correa. Entrevista publicada en VOGUE –
Noelia Cortés (Almería, 1996) vive con un gato que se llama Kafka y a veces le gustaría hablar de él. También de su pasión por la literatura, por las ediciones antiguas de libros de Oscar Wilde que colecciona desde adolescente, y de cómo le habría encantado escribir una novela de fantasía victoriana. Pero todavía no ha podido ser. En su lugar, acaba de publicar con Ediciones en el Mar un breve y brillante ensayo titulado La higuera de las gitanas, una reflexión sobre el racismo contra las personas gitanas en distintas expresiones culturales y en los medios de comunicación. La lectura entra con la complicidad de una carta, delicadamente poética, y coloca a quien la tiene entre las manos tras los ojos de una joven escritora gitana como Noelia Cortés. “Quería escribir una carta como las epístolas que escribía Oscar Wilde desde la cárcel, algo íntimo”, reconoce la escritora, que también es técnico de farmacia.
El texto huye del tono académico del ensayo convencional y fue el fruto natural del encuentro entre el trabajo de Cortés, como activista feminista gitana apasionada por la literatura, y el de Lara Losada, de Ediciones en el Mar. “No nos dimos instrucciones, escribí lo que me surgió y ninguna de las dos lo planeó”, explica Cortés.
En la cubierta del libro, una mujer sentada sobre unas escaleras vende cestos en la calle. Le da la espalda al objetivo, no quiere ser retratada. Es la bisabuela de Noelia. De alguna manera, ese retrato robado, tomado sin su consentimiento, actúa como analogía del contenido de su libro, que aborda los estereotipos racistas que constantemente se utilizan para hablar de las personas gitanas. Su bisabuela, su abuela y toda una genealogía de mujeres gitanas palpita en este ejercicio de reflexión y memoria que Cortés entrega a sus lectores.
Lo que habría podido ser y no fue es un pensamiento que orbita en torno a la higuera de Cortés. Esos higos inalcanzables en las ramas más altas del árbol. Igual que Virginia Woolf se preguntaba en su Habitación Propia cómo habría sido Orgullo y Prejuicio si Jane Austen no hubiese tenido la necesidad de ocultar bajo la mesa el manuscrito cada vez que se abría la puerta de la estancia, o cómo habría sido Jane Eyre si Charlotte Brontë no hubiese estado tan enfadada con el mundo, Noelia Cortés se pregunta: “¿estoy yo a tiempo de escribir mi propia literatura en igualdad a las demás?” La respuesta está en este ensayo, que necesitaba ser escrito y leído. Como escritora y como feminista, Noelia siente que tiene un obligado camino que recorrer. En una videollamada, contesta con generosidad y paciencia a todas las preguntas que le planteamos.
Alba Correa (AC): En el libro sostienes: “El feminismo también pertenece a mi abuela”. ¿Se olvida de las mujeres gitanas un 8M que se nombra a sí mismo como antirracista?
Noelia Cortés (NC): Pienso que si te importa una lucha social, te deberían importar todas, porque si no es algo muy ególatra. Tengo la sensación con muchas mujeres en primera fila del 8M de que cuando hablan de igualdad se refieren inconscientemente solo a cuestiones relacionadas con el género, que seguramente es lo que les toca más directamente, y luego añaden lo del antirracismo. No lo tienen interiorizado como una reivindicación de igualdad. En el libro nombro a Estefanía Ruiz, una artista gitana responsable de Mil Duquelas, muy metida en círculos del movimiento feminista, y lo que ha recibido ella siempre ha sido más discriminación, aunque fuese discriminación positiva, pero ella nunca se ha sentido en un círculo seguro, aunque sea por escuchar cosas como “anda, qué bien una mujer como tú por aquí”.
AC: ¿Te encuentras mucho lo de “qué hace una chica como tú en un lugar como éste”?
NC: Sí, muchísimo, y me da mucha rabia. Por poner un equivalente, imagina que cada vez que conoces a un hombre te dijese “oye, que sepas que a mí las mujeres me gustáis, que no tengo problema con vosotras, que tenía una vecina mujer de pequeño”. Si no son racistas te lo intentan demostrar desde el principio. A mí eso no me gusta, quiero que me traten con normalidad.
AC: ¿Te has respondido a la pregunta que te haces en la novela de si estás a tiempo de escribir tu propia literatura en igualdad a las demás? ¿Cómo sería la literatura de Noelia Cortés si no tuviera que sentirse invitada a educar nuestra mirada racista?
NC: Me encantaría poder escribir una novela, un poemario o un ensayo sin tener por qué eludir el racismo. Igual que veo que otras chicas escritoras de mi edad, a las que leo y me gusta lo que hacen, no tienen por qué hacerlo. A lo mejor ellas lo hacen sobre feminismo porque es lo que primero que les atraviesa, y yo tengo que hacerlo sobre racismo. Me gustaría que todas pudiéramos escribir sobre lo que nos apetece.
AC: ¿Falta una genealogía de mujeres gitanas? Tu das una lista posible de nombres que podrían estar de manera muy natural en cualquier programa educativo, y hablas del caso del mural de Ciudad Lineal.
NC: No nos han enseñado una genealogía de artistas gitanos, pero no porque no haya, hay un montón. Desde músicos como Manuel Molina, Ray Heredia, a actrices, escritoras… Hay referentes muy antiguos en el Pueblo Gitano de los que nadie habla. Yo lo traslado al mural feminista de Ciudad Lineal, en el que hay distintas mujeres, de distintos ámbitos, procedencias y épocas. La chica que hace la camiseta solidaria para restaurar el mural es gitana, solo pide añadir a una mujer gitana, Alfreda Noncia, que fue una heroína de guerra que salvó a cincuenta niños de los nazis, y la respuesta que recibe es una negativa, que como mucho la pinten en un barrio de gitanos. Así no vamos a conseguir poner nunca a una mujer gitana de manera natural.
AC: Al Pueblo Gitano se le suele exigir integración, ¿no supondría este tipo de respuesta solo más segregación?
NC: Cuando hablan de integración no es otra cosa que dejar de ser gitano, socialmente hablando, y tener las mismas costumbres y maneras que los demás. Pero tan pronto te dicen que te tienes que integrar como te dicen que no vas a formar parte del mural, que mejor en su barrio, y esto lo dicen mujeres payas feministas desde el Ministerio de Igualdad que han peleado mucho por ese mural. Esto me parece que se traslada a muchas otras situaciones. Cuando hablan del flamenco dicen que no es gitano y al mismo tiempo, para explicarlo, nombran “el cante gitano”, se contradicen continuamente porque no han dedicado ni un minuto al análisis. Como no tienen personas gitanas cerca en su día a día, solo tienen lo que pueden ver en los medios sobre los gitanos, no tienen ninguna reflexión lógica, ni le dedican tiempo a pensar que las únicas tres reflexiones que tienen se contradicen entre sí.
AC: ¿El racismo antigitano goza de una legitimidad social especial?
NC: Sí, y se pone a prueba cada vez que una mujer feminista que goza de peso en el mundo de la cultura hace algún comentario antigitano y las demás la blindan frente a las críticas. Pasó con los supuestos chistes antigitanos de Perra de Satán (que tenían más de opiniones que de chistes) y ha pasado con Ana Milán cuando dijo que parecía una gitana pidiendo. Y es que las defienden. Si estas mujeres feministas tal vez hubieran dicho algo homófobo, aunque también las hubiesen defendido, ya hubieran entendido la crítica, al ser algo más relacionado con el género, pero con el racismo antigitano hay luz verde.
AC: “Yo soy otras muchas cosas”. Dices en tu ensayo que sientes que se te niega el derecho de que te puedan conocer sin quedarse solo en uno de los elementos de tu identidad. ¿Es difícil mostrar tu universo propio a otras personas cuando sufres una situación de discriminación racial como la del Pueblo Gitano?
NC: Claro, siento que cuando me invitan a algún programa en el que se puede dialogar me reducen a ese decorado de teatro en el que solo puedo ser un papel, el que ellos me piden. A lo mejor quiero hablar de mi colección de libros antiguos de Oscar Wilde que he ido formando desde mi adolescencia, a lo mejor quiero estar una hora hablando de él, igual que otras hablan de Virginia Woolf, y no puedo, porque tengo que decir “oye, que los gitanos somos personas”. Me gustaría poder demostrar que me encanta la literatura.
AC: El activismo gitano aflora a través de cada vez más voces en redes sociales y otras plataformas, a veces es natural que surjan distintos posicionamientos. ¿Crees que todos ellos suman?
NC: En los distintos colectivos no existe una mentalidad de colmena. Cada persona es diferente, aunque compartan una situación similar a nivel social. En el activismo gitano ocurre lo mismo. Creo que todas las formas de activismo, aunque a veces pueda parecer que se contradicen entre sí, son válidas y ciertas. Yo en el libro hablo desde mi mirada, y si lo hubiese contado otra chica gitana habría salido otro libro, distinto aunque con la misma esencia. A mí me parece importante señalar el antigitanismo presente en la cultura porque es a lo que yo me dedico, pero otra activista gitana que se dedique a vender en el mercado preferiría señalar ese antigitanismo a nivel laboral, o a lo mejor otra quiere señalar la violencia obstétrica.
AC: ¿Crees que ahora mismo hay niñas gitanas que están creciendo pensando que para alcanzar algunas de sus metas tienen que reducir o esconder esa parte de su identidad?
NC: Ahora y siempre. Me ha recordado a Gata Cattana. Ella, como andaluza, también se quería ir a Madrid para tener más oportunidades. Y una vez estuvo en Madrid solo quería volver a Andalucía y escribir sobre Andalucía. Hasta la más inteligente se ha sentido así. No es que seas tonta, es que el mundo te empuja a sentirse de esa manera. Y con las niñas gitanas pienso que ahora se da un poco menos, pero creo que todas ha habido veces en las que hemos sentido “si puedes ocultarlo, mejor”. Existe ese sentimiento cuando no quieres que te miren con esa mirada, y esperas a decirlo solo cuando sientes que son gente de fiar. Y sí que siento lo de desprenderse de la identidad y el acento andaluz, para parecer más inteligente y poder llegar a los lugares altos. Y cuando llegas quieres recuperarlo todo, pero necesitas que pase ese tiempo para poder darte cuenta de que estabas siendo clasista contra ti misma. Pero porque es lo que te enseñan, no porque tú tengas esos valores. Te enseñan que como eres menos tienes que fingir ser un poco más. Por eso a veces da rabia que expliquen la identidad andaluza o gitana personas que no lo son. No entienden ese sentimiento visceral de esconderse aunque estés orgullosa de lo que eres.
AC: Hablar de la discriminación que sufres tú, tu familia y todo el colectivo debe ser doloroso. ¿Te encuentras bien haciendo estas entrevistas? ¿Te desgasta hablar de esto?
NC: Estoy bien, pero a veces no puedo más. No soy ningún oráculo, pero cuando he explicado veinte veces que una situación o una actitud es dolorosa a unas personas, y esas personas siguen repitiendo el patrón de antigitanismo, agota. Una de las cosas que más me ha agotado en los últimos tiempos es que, con la manera en la que todas nos hemos volcado con el documental de Rocío Carrasco como testimonio de una mujer que ha sufrido violencia machista, llega Saray Montoya, a la que han apuñalado los hombres, y las propias mujeres que defendían a Rocío Carrasco en televisión dicen ahora que esos son códigos de su etnia. Mi madre no ha vuelto a poner Telecinco desde entonces. Yo no tengo palabras. He estado defendiendo a Rocío todo este tiempo, pero si hubiese sido yo la que hubiese ido a contar mi maltrato hubiesen dicho que son códigos de mi etnia, que no es violencia de género porque primero soy gitana y luego ya mujer.
AC: ¿Escribir La higuera de las gitanas ha sido sanador o amargo?
NC: Escribir este libro ha sido sanador. Escribía lo que me saliera y después estaba un mes sin escribir más. Me iba a pensar en otras cosas, leía lo que llevaba escrito y si me gustaba seguía. Porque si escribía todos los días sobre ese tema parecía que tenía una nube negra en lo alto. Me venían muchas cosas tristes a la cabeza. También hay una parte alegre en el activismo gitano, cuando encuentras a otras personas que defienden lo mismo y te tratan con mucho cariño y tejes lazos. El libro no iba de esto, pero intento que se mire con los ojos de una persona gitana para que se trate con toda la empatía posible.
AC: Para explicar la apropiación cultural realizas una analogía muy bonita, comparando el tomar inspiración con la manera en la que se elabora un herbario.
NC: Irene, Poochyeeh, del grupo Sweet Barrio, en una entrevista, contaba que ella citaba continuamente a Ray Heredia, a Lole y Manuel y demás, porque sentía que cuando en la universidad le tocaba hacer un trabajo, a nivel formal, si no citaba las fuentes el trabajo no era válido. Entonces con la música hace lo mismo. Si me ha salido escuchando a Las Grecas, ¿por qué no iba a decirlo? Me encantó lo que dijo y me puse a pensar en muchas más cosas, y llegué a la conclusión de que, como el flamenco no está visto desde un punto tan academicista como otras disciplinas, no se piden esas cosas. Yo tengo un herbario propio porque me gusta, y cuando busqué cómo se hace correctamente un herbario vi que había que señalar donde se habían cogido las flores, en qué época del año, qué temperatura, a qué hora, porque si no no tenía valor como herbario. Si el flamenco es patrimonio inmaterial de la humanidad, ¿por qué no se hace lo mismo? Está visto como algo gitano. Es una metonimia, el recurso literario por el que dos conceptos están tan unidos que a veces no hay que aludir al segundo para que la gente piense en él. Pues eso pasa con el flamenco y lo gitano. Desgitanizan el flamenco cuando se trata de algo grande a nivel mediático, pero al mismo tiempo no ven razón para nombrar a una persona gitana como puede ser Manuel Molina, que se inventó estas bulerías. La cogen y dicen simplemente que es “tradicional”. Cuando los columnistas empiezan a debatir si en el flamenco habría que citar o no pienso, ¿desde qué potestad habría que no citarlo? Que te roben a ti un artículo y lo firmen con otro nombre, a ver la gracia que te hace. Todo el mundo puede hacer lo que quiera, cuando quiera, si cita de dónde vienen las cosas y no niega la identidad. Cuando quieres sacar de la ecuación a quienes de verdad son responsables de esa identidad es cuando estás haciendo apropiación.
AC: Cierras el libro diciendo que para ti el feminismo es una trenza de cinco espigas, me encantaría que desarrollaras esa idea.
NC: Mi abuela Lola siempre decía que le hubiese gustado mucho ir al colegio y que le daba envidia la gente que sabía leer. Aprendió ella sola. Le hubiese encantado estudiar y se sentía muy inferior a los demás en eso. Y luego, sin embargo, para llevarme al colegio, me hacía una trenza de cinco espigas que nadie más sabía hacer y que le encantaba a las demás niñas. Yo de ahí saco la enseñanza de que todos los saberes son valiosos. Pensé en esa trenza como las distintas cosas que incluye el feminismo. No puedo defender los derechos del pueblo gitano si luego tú me vas a hablar de homofobia y te digo que eso me da igual. Por eso digo que son cinco espigas trenzadas entre sí, y mientras sea así no es feminismo ni es lucha social, ni nada. Y uso la trenza porque quiero que mi abuela sepa que su sabiduría me ha marcado.
Entrevista completa en: VOGUE
Autora: Alba Correa