Ismael Cortés – Doctor en Estudios Internacionales de Paz y Conflictos. Creyente practicante del Diálogo entre Culturas. Diputado de @EnComu_Podem en @Congreso_Es
«Para reafirmar su relevancia geo-política, la UE tiene que hacer frente a dos guerras fundamentales, una externa y otra interna»
«El deterioro de las condiciones materiales de vida ha formado el caldo de cultivo para el crecimiento del “euroescepticismo”, capitalizado por los nacional-populistas»
«Los cuatro grandes marcos normativos en los que deberíamos acordar para salir del laberinto son el laboral, el financiero, el tributario y el tecnológico»
El pasado noviembre se cumplieron 30 años de la caída del Muro de Berlín. Un hito que marcó el fin de una era geo-política que dividió a Europa en dos bloques enfrentados: el bloque capitalista de Occidente y el bloque socialista del Este. El momento post-socialista sirvió de impulso para iniciar el proyecto de la Unión Europea (UE) sobre las ruinas del telón de acero.
Desde la entrada en vigor del Tratado de Maastricht (1 noviembre de 1993), la UE ha experimentado una vastísima ampliación que ha superado con creces los sueños de unificación del mismísimo Napoleón I. En veinte años (1993 – 2013), la UE pasó de contar con doce estados miembros a contar con veintiocho. Así, en su avance hacia el Este, las fronteras de la Unión están hoy arañando a las puertas de Ucrania por el norte y a las de Turquía por el sur.
En los últimos años, no obstante, la UE está atravesando por una profunda crisis existencial. Por un lado, asistimos a una salida inminente del Reino Unido, tras la reciente elección de Boris Johnson como primer ministro. Y por otro lado, contemplamos perplejos la congelación del proceso de adhesión de países candidatos que se veían a sí mismos ya con un pie dentro de la casa europea, como Albania y Macedonia del Norte. En palabras de Macrón: “[la UE] no puede asumir la llegada de más inquilinos mientras no terminen de salir los antiguos”. La nueva presidenta de la Comisión Europea, Von der Layen, se halla así ante la encrucijada de completar la Europeización de los Balcanes, en un momento que amenaza con una potencial Balcanización de Europa.
Mientras que Macron advierte de una posible “desaparición geopolítica” de la UE, Von der Layen tomó posesión de su presidencia, el pasado 1 de diciembre, bajo el compromiso de liderar una “Comisión Europea geo-política”. Para reafirmar su relevancia geo-política, la UE tiene que hacer frente a dos guerras fundamentales, una externa y otra interna: por un lado, tendrá que saber posicionarse como un actor global, con entidad propia, en la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Y por otro lado, tendrá que saber cómo resolver la guerra cultural que están librando los proyectos nacional-populistas al interior de la UE. Ambas batallas se implican mutuamente, tal y como intentaré explicar a continuación.
Con la crisis económica de 2008, se inició un proceso de pérdida de legitimidad del proyecto de la UE. La crisis visibilizó las fisuras económicas internas. El dogma de la libre competencia entre los trabajadores y las naciones de la UE ha conducido a un desarrollo asimétrico que ha favorecido a los Estados que partían de una posición inicial más aventajada. La “Europa a dos velocidades”, de la que alertaba demasiado tarde Angela Merkel, ha provocado la apertura de múltiples brechas que amenazan con romper la Unión. El deterioro creciente de las condiciones materiales de vida ha formado el caldo de cultivo necesario para el crecimiento del “euroescepticismo” (capitalizado por los partidos nacional-populistas).
Los partidos nacional-populistas culpan al peso demográfico de las poblaciones inmigrantes y a sus culturas premodernas del estancamiento de Europa. Predican, por lo tanto, el repliegue identitario de los pueblos de Europa ante el sentimiento de pérdida de control del propio destino (personal y colectivo). Pero, más allá de señalar a culpables imaginarios, el nacional-populismo no proporciona soluciones concretas a los principales desafíos a los que se enfrenta Europa.
Para salir del agujero, hemos de pensar soluciones innovadoras en clave post-capitalista: apostar por una mayor cooperación al interior de Europa, para lograr una mayor competitividad en el mercado global. Hemos de atrevernos a ensayar una nueva hipótesis de reforma (o incluso refundación) de la arquitectura institucional y normativa de la UE. Para esto, necesitamos acordar en una serie de marcos comunes que nos permitan cerrar cuatro brechas abiertas al interior de la UE.
Marco común laboral (contra la brecha salarial): unificar la normativa que regula el mercado laboral europeo es fundamental, para que la ciudadanía recupere la confianza en la Unión como un proyecto garante del bienestar. Habría que empezar implantando un salario mínimo interprofesional europeo. Esto contribuiría a reequilibrar la fuga de trabajadores y trabajadoras que han experimentado los países de la Europa del Este y la Europa del Sur. Además, esta medida prevendría las prácticas neo-esclavistas a las que se ven sometidos los y las inmigrantes de terceros países (que acaban repercutiendo en la precarización de las condiciones laborales del conjunto de los trabajadores y trabajadoras de la UE).
Marco común financiero (contra la brecha de capital): el acceso al crédito del Banco Central Europeo (BCE) está condicionado por los tipos desiguales de interés que se imponen a los países, en función de la deuda pública contraída y la “fiabilidad” de su economía. Esto perpetúa la jerarquía financiera entre los países. En lugar de fijar el tipo de interés y compartir el peso de la deuda pública, en los peores momentos de la crisis, mientras que Francia o Alemania mantuvieron sus niveles de interés por debajo del 2% anual, Grecia alcanzó el 16%, Portugal el 12% y España el 6%. En última instancia, esto generó una pérdida de soberanía económica de los países más afectados por la crisis; y por ende, en una crisis democrática, al no poder decidir éstos sobre sus propios presupuestos anuales y sus propias prioridades de gasto público.
Marco común tributario (contra la brecha fiscal): otro elemento esencial sería unificar los niveles de presión fiscal. El menor peso de la recaudación en relación al PIB corresponde a Irlanda (23,5%), Rumanía (25,8%), Bulgaria (29,5%) y Lituania (29,8%). Los países de la UE con mayor presión fiscal son Francia (48,4%), Bélgica (47,3%), Dinamarca (46,5%) y Suecia (44,9%). Alemania se sitúa en el 40,5% y España en el 34,5%. Un esfuerzo de los países con menor recaudación para alcanzar, al menos, la media de la UE (40,2%), habilitaría moral y políticamente el diseño de una estrategia redistributiva compensatoria, a través de una inversión estratégica del superávit acumulado por el comercio internacional de bienes de la Eurozona.
Marco común tecnológico (contra la brecha digital): la competitividad en el mercado global se juega cada vez más en el campo de las nuevas tecnologías digitales y telecomunicativas, tal y como desveló la batalla comercial entre EE. UU. y China en torno a la comercialización del nuevo terminal 5G de Huawei. Esto implica a todo un ecosistema de redes de comunicación que ha configurado nuevas formas de comercio y nuevos hábitos de consumo. Para competir en este mercado se precisa tanto de una estrategia de investigación coordinada a nivel europeo como de una infraestructura industrial. En el caso de la UE, las estrategias digitales se están desarrollando de forma aislada y en mutua competencia entre las economías nacionales más avanzadas: Reino Unido, Alemania, Francia, Países Bajos y Suecia. Por otro lado, el resto de países de la UE corren el riesgo de quedarse fuera de órbita en esta carrera tecnológica, sufriendo además una “fuga de cerebros” que contribuye a la concentración del capital cognitivo en los países europeos antes mencionados.
Éstos son, a mi entender, los cuatro grandes marcos normativos en los que deberíamos acordar para salir del laberinto, en el contexto de la crisis de Europa. El nacional-populismo no ofrece alternativas para ninguno de ellos. De hecho, el nacional-populismo nos necesita encerrados y dando vueltas en el laberinto. Como el viejo y mítico Minotauro, el nacional-populismo vive agazapado tras los equívocos muros, siempre presto a alimentarse de quienes sin destreza recorren pasos perdidos. No es necesario matar al Minotauro, cuando salgamos del laberinto, él solo morirá de inanición.
Fuente: cuartopoder.es