Soñar con un teatro gitano invisible, no sujeto a la tiranía de la representación ni de la intriga simple de la ficción. Un aleph romaní que nos permita llenar nuestra memoria corporal de cosas que no podremos contar fácilmente con palabras
En muchas de las experiencia teatrales gitanas hay un deseo, inconsciente, de salir de la Modernidad, de ese espacio público que te obliga a elegir una representación competitiva de la identidad. De cualquier identidad. Se vive, o se quiere vivir, como una traición a la esencia misma de los procesos de reconocimiento público en el arte escénico, que son, necesariamente, cambiantes, no fijos, creadores de momentos espiritualmente especiales. El sentido del tiempo de los gitanos, lo sabemos los gitanos del teatro, tiene mucho más que ver con los espacios gitanos. No con lo que acompañe a la palabra ‘Romaní’ en el cartel de la obra.
Cuaderno de dirección
Primera página de un cuaderno: afronto cada nuevo proyecto con un nuevo cuaderno. De pasta dura y tamaño grande. Con hojas blancas. Será la nueva bitácora que me acompañe. Hago anotaciones que mezclan la lista de cosas para hacer, las primerísimas impresiones de lo que voy a querer ver en escena y los esquemáticos dibujos que me hago para comunicarme con el escenógrafo frustrado que llevo dentro. La caja escénica con la perspectiva caballera que aprendí en la adolescencia. Es mi cuaderno de dirección. Artesanal. Físico.
Soy director de escena. Me siento delante de un ensayo. Miro. Observo. Muevo cosas. Me explico tartamudeando. A veces canto. Pido, con cariño, que repitamos desde el principio. Paro el ensayo cuando veo que me pierdo, que nos perdemos. Y vuelvo al principio. A las primeras notas. Esa obra que veo cuando se cierra el telón en el estreno es la resta entre lo que soñé y lo que conseguí sacar de las circunstancias concretas de esta producción.
Y cuento. Sobre todo cuento historias. Un cuentacuentos que dirige teatro. Esta es la historia, debidamente magnificada y convenientemente trufada de propuestas de investigación no hechas aún realidad. Espero que sea coherentemente fragmentaria. Como reconozco que soy.
El proyecto teatral de Londres
Escenas primeras. Me veo a mí mismo en el dormitorio de la tercera planta de una casa en Whitechapel en 2001 y estoy escribiendo un proyecto con Moritz Pankok. Quiero trabajar con las que entonces eran para mí las compañías de actores gitanos del mundo: Teatro Romen, de Moscú; Roma Theater Pralipe, de Ex-Yugoslavia-Alemania; Divadlo Romathan, en República Checa, y Cirque Romanes, en Francia. Es mi primer viaje fuera de España y quiero verme trabajando como actor con ellos. No quiero hacer una investigación académica. Quiero viajar trabajando. Estudio Historia del Arte en Sevilla, o eso me digo como excusa familiar, y trabajo mucho como actor para una compañía de Sevilla. Me siento como un Peter Brook de 20 años que ha tenido que mentir para conseguir trabajos interesantes. He trabajado para un Master de Saint Martins de Londres sin tener titulación alguna y he hecho danza-teatro contemporánea sin saber bailar realmente. Mi amiga Cira Santoro me dice que soy la teatralidad invisible y el flamenco. Voy por Londres con una chaqueta de terciopelo azul, una camisa blanca y pañuelo de seda rojo. El flamenco es mi pasaporte.
Memorias de Pralipe
Segunda escena. La escena se divide en tres partes: una carpa de circo, una manifestación en Düsseldorf de refugiados gitanos y la ventana de una furgoneta camino de Croacia. La vida me lleva a cumplir el sueño de conocer a Pralipe, entonces compañía refugiada en Theater an der Ruhr y que me invita al estreno de su nueva obra, Carmen, en una carpa de circo. Mi primera obra entera en romanés. Silvia Pinku, Saban Bajram, Mustapha Zekirov… Música Sinti que versiona pasajes de la ópera de Bizet. Meses después, por cosas de la vida, sustituiría a Eduard Bajram en el papel de Don José y pude hacer algo de gira por la Ex-Yugoslavia. Inglés, italiano, romanó y caló. Formo parte de la extraña vanguardia teatral europea que es un trozo superviviente de la lucha yugoslava romaní de los 70 y que pervive en aquella Europa del Mercado Común. Participo en otro de sus espectáculo, Khamorro: la enésima historia del viaje desde la India a Europa a través de la música. Canto flamenco clásico mientras Saban recita pasajes del Ramayana en romanés y Silvia se pone de parto en un desierto imaginado. Por supuesto que todo es una, hermosa, mentira. Un día que había poco público se nos colaron unos hermanos gitanos que habían visto los carteles por la ciudad. “Somos gitanos y estamos manifestándonos en el parlamento de Westfalia porque quieren expulsarnos de Alemania. Venimos a ver Prálipe y no tenemos dinero”, nos dicen. Hay un caos maravilloso. El mejor público. Ocupan la escena. Literalmente. Vivo, feliz, las contradicciones. No las analizo entonces. Pralipe desapareció. La Historia les atraviesa. Siempre iremos después de ellos.
El tiempo y los espacios de los gitanos
Escena tercera. El director se sienta y lee: en muchas de las experiencias teatrales gitanas hay un deseo, inconsciente, de salir de la Modernidad, de ese espacio público que te obliga a elegir una representación competitiva de la identidad. De cualquier identidad. Se vive, o se quiere vivir, como una traición a la esencia misma de los procesos de reconocimiento público en el arte escénico, que son, necesariamente, cambiantes, no fijos, creadores de momentos espiritualmente especiales. El sentido del tiempo de los gitanos, lo sabemos los gitanos del teatro, tiene mucho más que ver con los espacios gitanos. No con lo que acompañe a la palabra ‘Romaní’ en el cartel de la obra. A veces, esa realidad gitana creada, un poco secreta a los ojos de la mirada gachí, se pelea con la sobreexposición a que nos obliga el traje de gitano de los espacios de la institucionalidad de esta modernidad. (¿Hay otra?) Soñar con un teatro gitano invisible, no sujeto a la tiranía de la representación ni de la intriga simple de la ficción. Un aleph gitano que nos permita llenar nuestra memoria corporal de cosas que no podremos contar fácilmente con palabras. Imágenes con sonidos y olores que no son ni imágenes, ni sonidos ni olores. Tal vez así, en ese movimiento fundacional que dota de sentido al espacio gitano viviremos muchos tiempos al margen de la representación de la diversidad del imperio. De todos los imperios. El gaznaví, el otomano, el español o el estadounidense. Cierra el director el cuaderno y sopla la vela que lo alumbraba.
El flamenco
Boceto de una escenografía. Mantengo una relación vivencialmente tensa con el flamenco. Puedo elegir desde dónde explicármelo. En casi todas acabo cayendo en contradicciones. No hay solución. El flamenco es un problema. Recolecto imágenes flamencas para un pluriverso teatral gitano en construcción. Uno: es la sombra de una fiesta barroca que evoluciona desde un marco, primero morisco, luego indígena americano y, por último, negro. Es un gitano español quien en un continuo siglo XIX dirige la fiesta que celebra al imperio que se fue. Dos: el teatro es más antiguo que el flamenco; los gitanos somos más antiguos que el flamenco: el racismo, como orden jerárquico, es coetáneo a la aparición pública del flamenco. Ego flamenco, ergo gitano sum. Tres: es la medida de todas las cosas, lo que fundamenta nuestro valor en el mercado de las identidades; es el eje vertebral que dota el ser: te alejas o te acercas; es el ojo sobre ti. Cuatro: una jaula llena de pájaros en la que somos los que, dicen, mejor cantan. Una jaula. Y cinco: no hay escapatoria. Ha llegado la Unesco y nos ha colocado en el ojo de la modernidad. Los gitanos del mundo deben, y pueden, sacarnos de la jaula.
La lógica de la exposiciones universales (así nos ven y así se los damos)
Texto del flyer: En la historia por contarnos de la experiencias teatrales romaníes tendría que haber un capítulo especial a los encuentros de gitanos de muy diferentes tradiciones y países en los contextos de las exposiciones universales del siglo XIX y XX. Esos encuentros son el trasfondo gitano de la fantasía en la que muchas veces sin decidirlo nos colocamos, con nuestras estrategias políticas, nuestros planes de negocio e incluso nuestros deseos de instituciones espaciales entre las naciones del mundo. Es el viejo sueño de los gitanos europeos de tener una gran institución teatral en alguna de las grandes ciudades de la vieja Europa, con posibilidad de revivir, y construir, nuestro repertorio de hitos teatrales, Un hogar donde poder escuchar la riqueza de nuestra lengua. Un refugio para los artistas que necesiten recursos para crear y un cruce de caminos donde dejamos las huellas para los que vienen detrás después. Esa lícita fantasía, fácilmente justificable en la exigencia del cumplimiento de los derechos culturales y en el control de la representación propia, tiene que albergar un espacio para la no-representación alrededor de la confianza de un café entre hermanos que se saludan a horas intempestivas, cuando las oficinas cierran. Contad conmigo para levantar ese teatro, pero luego iremos a celebrarlo a nuestro bar detrás del escenario.
El teatro y la muerte
Epílogo tras bajar el telón: La más viva de todas las artes alberga un hálito congénito de muerte en su esencia. Muere cuando está naciendo. Vive en la memoria de las personas, principalmente del cuerpo, pero no sólo. El resto, lo que no es memoria, es un papel que refleja una sombra. Es, o será, la historia. O peor aún: un archivo jpg en una página web. ¿A quién se le ocurre llamar teatro a lo que ocurre (¿ocurre?) digitalmente? “El teatro es una peste”, llegó a imaginar Antonin Artaud, y ese grito nos interpela ahora más que nunca. Sea lo que sea que tenga que ocurrir en ese espacio y en ese tiempo determinados de la futura escena romaní internacional, recuerda que no importa si no consigues acercarte al aleph, a esa cicatriz curada que acariciamos, y que nos canta, nos susurra, nos hace llorar y a la vez reír. No importa si no se ajusta, esta vez, al tiempo de los otros. A la moda. Piensa que en el espacio de los gitanos, allí donde se vive nuestra propia ficción llena de memoria real, alrededor de un café detrás de un escenario, entre hermanas y hermanos, pueden ocurrir cosas maravillosas. Y siempre habrá un gitano viejo que querrá contarle historias a una niña gitana del siglo XXI.
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Este texto fue originalmente publicado para el blog del proyecto RomaMoma del European Roma Institute for Arts and Culture. (ERIAC).
Autor: Miguel Ángel Vargas
Fuente: CTXT
Foto: José María Roca
Leyenda foto: Imagen de la obra Persecución codirigida por Miguel Ángel Vargas, Belén Maya y José María Roca.