El clan de feriantes desmiente la versión de que el asesino de Diana Quer iba a por gasoil: ninguno echó en falta ni una gota. 

-«Todas tenemos miedo. Con lo que está pasando, a todas las mujeres nos da miedo salir solas a la calle, peroes lo que nos toca«. 

Es lo que nos toca, dice Nerea, y se produce tal silencio que la frase permanece flotando en medio de la sala. La voz de la joven llega a los Juzgados de Santiago de Compostela a través de los dos televisores colgados del techo, a ambos lados del juez Ángel Pantín. Cuenta por videoconferencia desde Madrid que Diana aquella noche tenía frío, así que le prestó su jersey para que se lo pusiera debajo de la cazadora. 

Diana Quer, a su vez, le cedió antes de irse su propia chaqueta para que ella tampoco se destemplase en lo que le quedaba de noche. La vio por última vez perdiéndose a lo lejos, por entre el bullicio del parque de la Alameda de A Pobra Do Caramiñal, donde se celebran en verano los botellones y donde nada importa salvo estar con los amigos. Eran las dos y veinte de la mañana del 22 de agosto de 2016.  

Nerea fue la última conocida en hablar con ella en persona aquella madrugada, y la primera en contar durante la mañana de este jueves los minutos previos a que su amiga emprendiese el camino de vuelta a casa, por un sendero que había recorrido muchas veces, pero en el que aquella noche esperaba alguien en busca de una presa. Diana vestía un pantalón blanco, una blusa blanca, unas zapatillas negras y el jersey de color gris oscuro de su amiga Nerea. «Se había marchado sola porque estaba cansada». La noche de ’El Chicle’, en cambio, no había hecho más que empezar.  

La tercera sesión de esta jornada del juicio fue, sin duda, la mañana de los amigos de Diana, la de la estremecedora y unánime denuncia de Nerea, pero también la de los feriantes. «Ni gitanos ni mercheros, portugueses». La matriarca del clan fue contundente, y tras ella llegaron nueve miembros de distinta fachada y porte del clan de los ‘Anxos’ (Ángeles en castellano), que desfilaron por delante del jurado popular para desmontar las mentiras de José Enrique Abuín y su coartada para la noche del crimen. 

Suyos eran los camiones de los que, supuestamente, el asesino confeso estuvo sustrayendo gasoil durante ese breve período de tiempo en el que según su versión pasó hasta encontrarse a Diana de frente. Y ante los cuales, según él, la mató de forma accidental porque pensaba que ella misma era precisamente una de las feriantes, que le había sorprendido en esa tesitura. Pero esa versión, después de la jornada de hoy, se cae por su propio peso.  

Ninguno de todos los que hablaron percibió al día siguiente que faltase ni una sola gota de combustible en sus vehículos. Nadie advirtió que la ranura por la que introducir el tubo para repostar estuviera forzada. Reconocieron que, de haber sido así, lo habrían apreciado al momento.  

Se trató, en suma, de forma exhaustiva y con todos los posibles testigos de los hechos, ese espacio de tiempo que va desde que Diana abandona el parque para marcharse a su casa en torno a las dos y media, y el momento en que es raptada por Abuín.  

«La vi con miedo» 

Si las fiestas veraniegas en Galicia cuentan con un elemento indispensable, ese son las atracciones de los feriantes. Algunas se quedan abiertas hasta altas horas de la madrugada, pero otras, como aquella noche de domingo en las fiestas de A Pobra, comienzan a echar el telón un poco antes de lo previsto. Al terminar, los feriantes recogen sus bártulos, pero permanecen tomándose unas cervezas. Fue lo que sucedió aquella noche. Y por eso no había nadie en aquel lugar para escuchar los gritos de auxilio de Diana. Nadie pudo escuchar nada. Y nadie, en efecto, escuchó nada.  

Tampoco hubo quien pudiera ayudarla. Era una de las bazas utilizadas por María Fernanda Álvarez, la abogada de ‘El Chicle’, que busca demostrar que se trató de un homicidio imprudente. Si en jornadas previas ambas partes chocaban en la demostración de los hechos, en la jornada del jueves han tomado dos caminos diferentes

La letrada defensora preguntó a todos los testigos sobre si escucharon algo en esa zona, y logró arrancarles a prácticamente todos que nadie escuchó gritos de ningún tipo. Lo que trata de probar es que alguien hubiera podido escuchar los gritos de Diana. Pero como los feriantes estaban cada uno a lo suyo (uno «tomando cervezas y fumando porros», la mayoría lejos de allí y la matriarca, Clarisse, «con pastillas para dormir», con lo que no pudo escuchar nada), no fue posible determinarlo: nadie oyó a Diana pedir auxilio.  

Cada uno de los nueve posee un cargo diferente en la organización de las atracciones en las fiestas, y por eso coloca su camión en un lugar diferente. Pero todos aseguraron que al día siguiente no les faltaba combustible. A ninguno. Y ese fue el camino seguido por las acusaciones: demostrar que aquel robo nunca llegó a producirse, que no existió, que Abuín no había salido de casa cuatro horas antes, en torno a las diez de la noche, para pasarse cuatro horas robando combustible a esa buena gente, sino que todo había sido una coartada urdida con el fin de escaquearse de las acusaciones de violación y del asesinato de Diana en la nave industrial de Asados, Rianxo.   

La sesión resultó larga y tediosa, pero de extremada relevancia, puesto que lo que se trataba de encuadrar era el punto exacto en que Diana Quer se encuentra con El Chicle, o el punto exacto en el que Abuín la aborda, y todo lo que pasa justo después, y quién pudo escucharlo, y quién no, así como las consecuencias que emanan de todo ello. Por eso el juez Pampín permitió que se aportase un mapa elaborado en el momento de la desaparición por la Guardia Civil en el que se ubica a la perfección la localización exacta de cada uno de los camiones de los feriantes. 

«La vi con miedo» 

Diana dejaba atrás a Nerea y los sonidos de la verbena y enfilaba la avenida junto a la playa, camino a casa. Al ascender por los senderos encendió el WhatsApp y le escribió a su amigo Jorge. Fue la última persona que habló con ella antes de desaparecer. Tres años después, ambos amigos relataron esos últimos momentos, y él contó cómo recibió ese último mensaje de Diana («un gitano me está acojonando, me está llamando», «y qué te dice», «morena, ven aquí»). 

-Ese día estábamos hablando de clase, por WhatsApp porque suspendimos la misma asignatura. Luego me dijo que se iba de fiesta y luego a casa. Tenía poca batería y me dijo que un gitano le estaba gritando. Le escribí un mensaje preguntándole y ya dejó de contestar. 

Jorge se imaginó que podía haber sido un chico en las fiestas, que le había soltado un piropo. «El típico chico que con dos copas dice una tontería». Diana se estaba quedando sin batería, pero llegó a casa bien seguro, pensó. No se puso en lo peor.  El mérito fue de Nerea, la otra amiga de Diana, la que le prestó la sudadera, que resumió la tercera sesión del juicio antes de empezar: «Es lo que nos toca». 

Fuente: elespanol.com

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