La consternación y el dolor de nuestro Pueblo en estas horas de luto son difícilmente expresables en palabras. Todavía no conocemos ni siquiera su nombre y apellidos. Tan solo sabemos que iba de camino a encontrarse con su familia, acompañado de su hijo pequeño. Había ido a la farmacia y, de vuelta, cometió el fatal error de tomar un puñado de habas del campo, unas habas para comer. Después de eso, la vida de este ciudadano gitano se extinguía, frente al terror de su hijo menor de edad. El dueño de la finca, armado con una escopeta de caza, salió a su encuentro y le disparó a quema ropa. No salió para ver de dónde provenían ese posible ruido. Podría haber visto a aquel hombre indefenso, acompañado de su chavorrillo, cogiendo unas habas del camino. Podía haberle preguntado qué hacía, mirándolo a la cara, podía haber visto a un semejante, a un igual y haberle sonreído y ofrecido algunas habas más. ¿Les parece descabellado? ¿Demasiado bucólico? ¿Acaso no han vivido esa situación nunca los que de ustedes viven en el campo? Salen a pasear por los caminos con su pareja, con su familia, ven un árbol con frutos maduros cerca de su tránsito y cogen, sin perjuicio un puñadito para comer.
Podía haberle preguntado qué hacía, mirándolo a la cara, podía haber visto a un semejante, a un igual y haberle sonreído y ofrecido algunas habas más
Aquel hombre disparó sin dudar ni temblar a nuestro primo Manuel quitándole la vida
Pero no. Lamentablemente, ya no podemos seguir soñando. No podemos seguir deseando con todo nuestro corazón que hubiera sucedido lo normal, lo esperable, lo que tantas y tantas veces hemos presenciado con nuestros propios ojos: ciudadanos no gitanos que se reconocen entre sí, que se tratan con respeto, con tolerancia y son capaces de ponerse en el lugar del otro, de apreciar su vida como si de la propia se tratase. Lo que aconteció en Rociana del Condado, Huelva, fue lo diametralmente opuesto. Aquel hombre disparó sin dudar ni temblar a nuestro primo Manuel quitándole la vida delante de su hijo. Las imágenes de la injusta tragedia nos llegaban, hace unos días, entre gritos y llantos desgarradores de su mujer, familiares y amigos. Veíamos como una comunidad lloraba la pérdida y gritaba de pura impotencia frente a la finca de quien empuñó el arma, protegida por la Guardia Civil. “¡Por un cubo de habas!” “¡No hay derecho a matar a un padre de familia!”. Ya no podrán volver a abrazarle. Y tendrán que enfrentar el inimaginable sufrimiento derivado de perder a un ser querido de una forma tan abrupta, tan violenta, tan injusta.
Hágase una idea. Cierre los ojos. Imagine a su padre, saliendo de casa, como todos los días. Quizá lo miró usted a los ojos y le sonrió, quizás le dio un beso y le dijo “hasta luego, papá”. O quizás ni si quiera levantó la vista de sus quehaceres cotidianos porque dio por hecho que en unas horas lo tendría de nuevo junto a usted, en casa. Durante estos días, hemos asistido conmovidos a los relatos masivos de familiares que han perdido a sus abuelos, a sus padres a causa de la pandemia de la COVID-19 sin poder despedirlos, en una angustiosa distancia. Hijos, nietos, sobrinos que ha tenido que llorar a sus seres queridos por redes sociales. Terrible. La inmensa mayoría de nuestra sociedad ha sido capaz de empatizar con ese dolor, de ponerse en el lugar de los otros. Preguntamos, ¿tiene límites ese precioso don ético de la empatía? Y preguntamos porque sabemos que será esa empatía la que marque la diferencia. No seremos nosotros y nosotras, con nuestros artículos de denuncia, por mucho que se lean y compartan. No serán las asociaciones gitanas en solitario, ni siquiera las organizaciones de Derechos Humanos. Será la empatía de una sociedad que despierte a la brutalidad del antigitanismo y se niegue a seguir consintiéndolo.
No serán las asociaciones gitanas en solitario, ni siquiera las organizaciones de Derechos Humanos. Será la empatía de una sociedad que despierte a la brutalidad del antigitanismo y se niegue a seguir consintiéndolo
En algún momento de su tierna infancia, los convencieron de que una persona gitana es, per se, peligrosa; de que hay que tener cuidado y estar preparado para responder como “se debe”, “por si acaso”. Hablemos claro. El rechazo y el desprecio general hacia los gitanos y gitanas en nuestra sociedad es tan natural como la luz del sol. Aprendieron a mirar a una persona gitana y no ver a alguien cuya humanidad sangra, padece, se alegra y palpita igual que la suya. Por qué creen que repetimos hasta la saciedad que 479 años de persecución, de leyes antihumanas, de maltrato, asesinato y violación de los derechos más elementales deben ser reparados, sanados. ¿Creen que nos gusta advertir que esa historia no ha terminado? ¿Creen que una sociedad se libra de una educación racista, antigitana sin reparar siglos de vejaciones? No. Estas vejaciones continúan en los centros laborales, en los barrios, en las comisarías, en los centros educativos. Sabemos perfectamente lo que pasó por la mente de quien ha asesinado a tiros a este padre de familia. Al parecer, él mismo se dio cuenta, solo que probablemente no ha sido capaz de procesar el motivo de su acción: el racismo. “Según ha informado la Guardia Civil, al parecer esta persona abrió fuego pensando que “estaba siendo víctima de un robo en su finca”.
El programa de Ana Rosa Quintana, los buitres y la carroña
En un sentido artículo titulado “Una vida vale menos que una mata de habas” firmado por el tío Juan de Dios Ramírez Heredia se decía lo siguiente: “Y, cómo no, tampoco me extrañaría que en algún medio de comunicación se ofreciera una información envenenada diciendo que ‘el manchego’ era un delincuente habitual.” ¿Es el tío Juan de Dios un adivino? En absoluto, tan solo es la pura y machacona experiencia lo que le hacía afirmar estas palabras. ¿Se equivocó esta vez? No. Tan solo unos momentos después, el zafio y sensacionalista programa de Ana Rosa Quintana cubría la noticia, si a eso se lo puede calificar de práctica periodística, de la manera más deleznable posible. El titular anunciaba la intención: “Un ladrón asesinado en Huelva”. Las palabras de la presentadora las confirmaban: “A lo mejor la actitud del asesino se puede entender como defensa personal”, uno de sus colaboradores apoya la moción con un disparate mayor: “será difícil de demostrar en un Estado de Derecho como en el que vivimos.” El enfoque abiertamente racista, embadurnado de justificaciones lamentables y mediocres de la presentadora y de la praxis anti periodística de su programa/tabloide de chismes no es una novedad.
Según los reporteros del programa, el padre de familia podría ser definido, acorde al supuesto testimonio de “los vecinos” de la siguiente manera: “Su perfil es un tanto peculiar, okupa y ladrón de la zona. Según cuentan los vecinos, un hombre un tanto conflictivo. Al parecer su familia tiene amedrentada a todo el pueblo. Sus hijos están adoctrinados para entrar a robar a las casas”. De la misma manera, los relatos directos de “los vecinos” recogidos por el programa – no sabemos cuáles, ni cuántos, de una población de 8.000 habitantes– son aterradores: “Nos han quitado un chorizo de encima”. “El pueblo lo va a sentir por el que ha matado, no por el muerto.” Alimentar el morbo, la ponzoña insensible y utilizar la desgracia y el sufrimiento colectivo de un pueblo para aumentar la audiencia televisiva es relativamente sencillo disponiendo de los medios para hacerlo. Sabemos que en el llamado ámbito de la comunicación siempre han existido sectores reaccionarios de alimañas carentes de cualquier tipo de ética y profesionalidad cuyo único objetivo es distorsionar los hechos para hacer leña del árbol caído y afianzar prejuicios que ahonden en la deshumanización de los colectivos maltratados.
Ana Rosa Quintana, alguien que ha demostrado una dilatada carrera en la consecución de tales prácticas se corona, más si cabe, con su enfoque sobre los hechos transcurridos en Rociana del Condado
Ana Rosa Quintana, alguien que ha demostrado una dilatada carrera en la consecución de tales prácticas se corona, más si cabe, con su enfoque sobre los hechos transcurridos en Rociana del Condado. La redacción del programa juega de forma siniestra con este terrible asesinato e impulsa una vez más la fantasía antigitana sin la necesidad de mencionar la palabra “gitano”. Se trata del Manchego, dice la voz en off. Y al mismo tiempo, vemos aparecer una sombra a largada, que automáticamente nos remite a las películas de terror. Si miramos detenidamente esa sombra ficticia que anuncia la presencia de alguien que a todas luces merece dos tiros y la muerte vemos que de su mano cuelga un objeto que podría ser un cuchillo.
Ana Rosa y sus secuaces nos lo cuentan: José, porque a diferencia del gitano, este señor tiene un nombre de pila, y no un mote que lo deshumanice y aleje de nuestra consciencia racista
Por otra parte, está el responsable del asesinato de este padre de familia y esposo. Pero, lo sentimos, en este caso, tan solo tenemos a un pacífico jubilado que se encontraba tranquilamente en su casa. Nadie escarbará en su pasado ni insinuará que era peligroso para nadie, a pesar de haber usado su arma para asesinar a un ser humano. Su familia no será cuestionada ni retratada como un peligroso clan que atemoriza a miles de ciudadanos. ¿Algo más? ¿Alguna descripción peliculera sobre su carácter, alguna sombra acechante para retratar a quien disparó sin ningún tipo de reparo a un hombre desarmado en presencia de su hijo menor de edad? No. Ana Rosa y sus secuaces nos lo cuentan: José, porque a diferencia del gitano, este señor tiene un nombre de pila, y no un mote que lo deshumanice y aleje de nuestra consciencia racista, escucha un ruido, sale con su arma, encuentra a este hombre con su hijo cogiendo una mata de habas y lo mata a tiros. José, según de nuevo “los vecinos”, es muy querido en el pueblo. Además, es un buen ciudadano ya que al darse cuenta de lo que ha hecho, matar a un inocente, se entrega inmediatamente a la policía.
¿Dónde está la justicia para el Pueblo Gitano?
El relato montado por los redactores del programa de Ana Rosa Quintana es de un maniqueísmo racista insultante para cualquier ciudadano mínimamente crítico. Pero, lamentablemente, Ana Rosa no es una excepción. Contar las ocasiones en las que las organizaciones gitanas y los gitanos y gitanas de a pie se ven obligados a reaccionar ante la vulneración de su derecho a una imagen digna sería agotador. Lo extraordinario es precisamente todo lo contrario. Asesinatos sin resolver como los de Manuel Fernández Jiménez, Eleazar García Hernández, que son solo los últimos casos de una antigua realidad existente siguen cuestionando una sociedad incapaz de reconocer el problema del racismo y nombrarlo con todas las letras. Las fiscalías se resisten a contemplar el racismo como agravante. Ya no es suficiente con escudarse en la retórica de los discursos del odio. Para enfrentar este problema estructural, habrá que realizar un ejercicio colectivo de crítica, de revisión de nuestra historia reciente y de nuestra realidad actual sin tirar balones fuera, sin negar sistemáticamente el testimonio y la interpretación de las víctimas. Es necesario hacer saltar por los aires este antiguo tabú y el panorama no es precisamente alentador. Sin embargo, no queda otra opción que la organización colectiva, que la denuncia constante y la lucha por los derechos humanos de nuestro Pueblo y de todas las comunidades que sufren el mismo tipo de agravios, que se enfrentan al mismo tipo de peligros. Hoy, exigimos justicia para el fallecido y su mujer e hijos, para toda una comunidad que pierde vidas. Háganse una idea, les pedíamos al principio. Imaginen que ven marcharse a su padre y la próxima vez que lo ven ha sido acribillado a balazos por coger una mata de habas del campo para comer. Cierren los ojos y busquen a este hombre asesinado, a su familia herida, conecten con él. Una sociedad que se indigna en función del color, el origen cultural, la religión de las vidas arrebatadas es una sociedad enferma. Y esa enfermedad, que nos afecta a todos, sobrevivirá a cualquier pandemia. Marquemos la diferencia. Justicia para la comunidad gitana de Rociana del Condado.
Asesinatos sin resolver como los de Manuel Fernández Jiménez, Eleazar García Hernández, que son solo los últimos casos de una antigua realidad existente siguen cuestionando una sociedad incapaz de reconocer el problema del racismo y nombrarlo con todas las letras
Fuente: Rromani Pativ
Foto: jardineriaon.com